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DOMINGO DE ADVIENTO Domingo 04 de diciembre de 2022

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Entre el otoño del año 27 y la primavera del 28 (después del nacimiento de Cristo-Jesús) aparece en el horizonte religioso de Palestina un profeta original e independiente que provoca un fuerte impacto en el pueblo de Israel. Su nombre es Juan. Juan, el Bautista. Las primeras generaciones de discípulos de Jesús lo vieron siempre como el hombre, el profeta, que preparó el camino a Jesús.

Hay algo nuevo y sorprendente en este profeta. No predica en la capital: Jerusalén como Isaías y otros profetas. Juan vive apartado de la elite del Templo de Jerusalén. Tampoco es un profeta de la corte real: se mueve muy lejos del palacio del Rey de Judá, Herodes Antipas. De Juan se dice que es “una voz que grita en el desierto”, es decir, un lugar que no puede ser fácilmente controlado por ningún poder.

No llegan hasta el desierto los decretos del Emperador de Roma, César Augusto, ni las órdenes de Herodes Antipas. No se escucha en el desierto el bullicio del Templo. Tampoco se oyen las discusiones de los maestros de la Ley de Moisés. En cambio, en el desierto se puede escuchar a Dios en el silencio y la soledad. El desierto es el mejor lugar para iniciar la conversión a Dios preparando el camino a Jesús.

Éste es precisamente el mensaje de Juan: “Conviértanse”: “Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”. Este “camino del Señor” no son las calzadas romanas por donde se mueven las legiones de los soldados de Tiberio. Estos “senderos” no son los caminos que llevan a Jerusalén. Hay que abrir caminos nuevos al Dios que llega con Jesús.

Esto es lo primero que necesitamos también hoy: convertirnos al Dios y Padre de Jesús, volver a Jesús, abrirle caminos en el mundo y en la Iglesia. No se trata de una adaptación al momento actual. Es mucho más. Es poner a la Iglesia entera en estado de conversión. A Jesús sólo se le puede seguir en estado de conversión.

“Preparen el camino del Señor” (Mateo 3, 1 – 12)
Autor:
Monseñor Sergio Pulido Gutiérrez