
… Regresó, pues, Jesús con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad.
Su madre conservaba todas estas cosas en el corazón. Y él crecía en sabiduría y madurez.
( Lucas 2, 41-52 )
Las fiestas de Navidad siempre han tenido entre nosotros un carácter entrañable diferente al de otras fiestas que se suceden a lo largo del año. Estos días navideños se caracterizan todavía hoy por un clima más familiar y hogareño. Para muchos siguen siendo una fiesta de reunión y encuentro familiar.
Estos días parecen reforzarse los lazos familiares. Se diría que es más fácil la reconciliación y el acercamiento entre familiares disgustados o distantes. Por otra parte, se recuerda más que nunca la ausencia de los seres amados muertos o alejados del hogar. Sin embargo, es fácil observar que el clima familiar de estas fiestas se va deteriorando cada año más y más. La celebración de la Navidad se desplaza fuera del hogar. Los hijos corren a las casas de los amigos y compañeros. Las familias se trasladan a lugares vacacionales.
Probablemente son muchos los factores de diverso orden que explican este cambio social. Incluso considerando la actual crisis sanitaria por la pandemia. Pero hay algo que, en cualquier caso, no hemos de olvidar. Es difícil el encuentro familiar cuando a lo largo del año no se vive en familia. Incluso, se hace insoportable cuando no existe un verdadero diálogo entre padres e hijos o cuando el amor de los esposos se va enfriando.
Todo ello facilita cada vez más la celebración de estas fiestas fuera del hogar. Es más fácil la reunión ruidosa de esas cenas superficiales y vacías de un restaurante o un club. El clima que ahí se crea no obliga a vivir la Navidad con la hondura humana y espiritual que el marco del hogar parecía exigir. Pero nuestra actitud no puede ser de desaliento. El nacimiento del Niño Jesús nos invita a renacer y trabajar por el nacimiento de un hombre nuevo, una familia nueva, una sociedad diferente. Estamos pasando de una familia más numerosa, tradicional, autoritaria y estable, a una familia más reducida, libre, inestable y conflictiva, pero el ser humano siempre necesitará un hogar en donde pueda crecer como persona. El mismo Hijo de Dios y Salvador nació y creció en el seno de una familia.