
Según Teilhard de Chardin, sacerdote jesuita, se pueden distinguir, de manera general, tres posturas diferentes ante la vida. Están, en primer lugar, los pesimistas. Para este grupo de personas, la vida es algo malo. Lo importante es huir de los problemas, saber defenderse lo mejor posible. Esta actitud llevada al extremo, conduce a extremos: escepticismo o al pesimismo existencialista. Pero de forma atenuada aparece en muchas personas: “¿para qué vivir?”, “todo da lo mismo”, “¿qué esperar?”. Están, luego, los vividores que sólo se preocupan de disfrutar de cada momento y de cada experiencia. Su ideal consiste en organizarse la vida de la forma más placentera posible. Esta actitud conduce al hedonismo. La vida es placer, y si no, no es vida. Están, en tercer lugar, los ardientes. Son las personas que entienden la vida como crecimiento constante. Siempre buscan algo más, algo mejor. Para ellos, la vida es inagotable. Un descubrimiento en el que siempre se puede avanzar.
Los pesimistas entienden la felicidad como tranquilidad. Huir de los problemas y compromisos. La felicidad se encuentra, según ellos, huyendo hacia la tranquilidad. Los vividores entienden la felicidad como placer. Lo importante de la vida es saborearla. La meta de la existencia no puede ser otra que el disfrutar de todo placer. Ahí se encuentra la verdadera felicidad. Los ardientes, por su parte, entienden la felicidad como crecimiento. La felicidad se experimenta cuando la persona vive creciendo y desplegando con acierto su propio ser.
Según Teilhard de Chardin, “hombre feliz es aquél que, sin buscar directamente la felicidad, encuentra inevitablemente la alegría, como añadidura, en el hecho mismo de ir caminando hacia su plenitud, hacia su realización, hacia delante”.
Tal vez, estas reflexiones de Teilhard nos puedan ayudar a descubrir mejor a qué estamos dando importancia en la vida y qué es lo que estamos buscando en medio de la existencia. Y no olvidemos la sabia advertencia de Jesús: «Donde está su tesoro, allí estará su corazón.»