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DOMINGO 17º del Tiempo Ordinario Domingo 24 de julio de 2022

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Una de las tragedias más graves de la humanidad de hoy, es nuestra incapacidad para la oración. A los adultos, varones y mujeres, se les está olvidando lo que es orar. Las nuevas generaciones, niños, adolescentes y jóvenes, han abandonado las prácticas de piedad y las fórmulas de oración que han alimentado la fe de sus abuelos y padres. Hemos reducido el tiempo dedicado a la oración y a la meditación interior. Y muy seguramente muchísimas personas hasta la han excluido prácticamente de su vida.

Pero no es esto lo grave. Parece que hemos ido perdiendo capacidad de silencio interior y de encuentro sincero consigo mismo y con Dios, Santa Trinidad. Distraídos por mil sensaciones, embotados interiormente, encadenados a un ritmo de vida deshumanizador, estamos abandonando la actitud orante ante Dios. Nos pasamos la vida demasiado fatigados para cultivar un jardín, demasiado distraídos para leer un buen libro, demasiado ocupados para hacer oración, demasiado acosados por personas y compromisos para hacer un retiro espiritual, para meditar en nuestro futuro, para apreciar nuestro presente. Nos limitamos a seguir adelante, día tras día. ¿Dónde está lo que significa ser católico en todo eso? ¿Dónde está Dios en todo eso? ¿Qué significa ser espiritual, ser creyente, en medio del caos individual que invade nuestras vidas?

En una sociedad en la que se acepta como criterio primero y casi único la eficacia, el rendimiento laboral, profesional y la utilidad inmediata, la oración queda desvalorizada como algo inútil y poco o nada importante. Fácilmente se afirma que lo importante es “la vida”, como si la oración perteneciera al mundo de “la muerte”.

Y, sin embargo, necesitamos orar. No es posible vivir la condición humana, ni tampoco es posible vivir la fe cristiana-católica, muriéndonos interiormente, espiritualmente. Necesitamos orar para encontrarnos con Dios y con nosotros mismos. Dios es el fin de la vida, la culminación de la vida, la esencia de la vida. La persona creyente ora para entrar en la presencia de Dios, para absorber la presencia de Dios en su interior. Una oración en cada momento permite al corazón de Dios latir al unísono con el corazón del orante.

”... porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre”
Autor:
Monseñor Sergio Pulido Gutiérrez